Bien se dice que nadie nos enseña a ser padres, al tener a nuestro cargo la educación de un ser humano, muchas dudas pueden venir a nuestra cabeza complicándonos el trabajo en un alto nivel. Tratamos siempre de recurrir a nuestros recuerdos de infancia, pero como todos, en nuestra infancia existen recuerdos agradables y recuerdos molestos que no quisiéramos imprimir en la memoria de nuestros hijos.
Esto también pasa con los docentes de primarias y secundarias, es necesario que ellos, más que nadie sepan el límite que existe entre educar y castigar para evitar malentendidos y problemas con los padres de familia.
A veces los niños, por la gran energía que guardan dentro de ellos y la curiosidad que siempre los caracteriza, pueden llegar a desespera a quien está a su cargo, llevándolos a tomar acciones de las que no están muy seguros de tomar, pero por desesperación, recurren a la última de las opciones que son los regaños y los castigos.
Es muy importante, cuando se trata de nuestro hijo, mostrarle en dónde están los límites entre lo que se debe y no se debe hacer así como entre lo que se puede y no se puede, es de considerar que para el niño, son los padres el ejemplo encarnado de lo que se hace en la sociedad, por lo que el ejemplo que imprimamos en ellos será permanente para su educación y desenvolvimiento.
Hay muchas maneras de guiar a los niños, cuál sea la correcta dependerá de nosotros. Algo muy poco aconsejable en la educación son los castigos físicos, estos pueden llevar a que se genere un gran nivel de ira y violencia en el niño, él o ella, generalmente no comprenden por qué se les agrede, a veces es suficiente con una explicación o una llamada de atención, sin embargo, si en algún caso el padre o tutor del niño decidiera que la reprimenda física es necesaria, es recomendable que no sea algo excesivo y que no se lleve a cabo en un espacio en donde sus compañeros o amigos lo presencien, esto les puede ocasionar cicatrices emocionales imborrables.
Otro método no muy recomendable es el de las comparaciones, esto puede llevar a que el niño se exija cosas inalcanzables de sí mismo, llevándolo a un estado irremediable de depresión y sensación de menosprecio por su persona.
Los regaños, de haberlos, es recomendable que sean no muy constantes y no muy elevados de tono, sin malas palabras e insultos que marquen al niño de por vida.
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