En algún momento de la vida, todos los humanos nos sentimos tristes o decaídos frente a situaciones emocionalmente dolorosas: la pérdida de un ser querido, una ruptura amorosa, planes frustrados, situaciones adversas que pueden llevar a una persona a una depresión profunda o a hábitos destructivos como el alcoholismo. En el ámbito de la psicología se define como resiliencia a la capacidad de una persona para afrontar la adversidad y sobreponerse ante las tragedias, traumas, estrés severo o cualquier tipo de pérdida.
Durante décadas, la psicología tradicional se caracterizó por enfocarse en las debilidades y patologías del ser humano; en la actualidad, la psicología positiva se enfoca en las capacidades, valores y atributos positivos de cada persona, en este sentido, el concepto de resiliencia se relaciona con el de entereza, es decir, la fortaleza ante cualquier situación.
No hay que confundir: no es que una persona resiliente no sienta dolor emocional o dificultad para enfrentarse a la adversidad, la muerte de alguien querido, problemas de salud o económicos, o que no sientan pesar por las desgracias ajenas, estas situaciones impactan profundamente a las personas y les producen infinidad de emociones, pero los resilientes se sobreponen a los sucesos y se adaptan a ellos con el mejor ánimo posible. Incluso, los fortalece.
La neurociencia nos dice “Pensamos como sentimos” y actuamos en consecuencia de ello. Un resiliente tiene menos probabilidades de padecer problemas emocionales y psicológicos, pero ¿Cómo llegar a ser resiliente?
El camino a la resiliencia implica un gran trabajo mental, un esfuerzo por modificar formas de pensar y de actuar para ver la vida de una manera más positiva, aún por encima de la adversidad. Cualquier persona puede aprender y desarrollar estas capacidades, el Neurocientífico Facundo Manes nos indica que entre las acciones que permiten mantener a nuestro cerebro en forma, se encuentra el pensamiento positivo, es decir, si pienso que mis seres amados se encuentran en riesgo, me angustio, y esta angustia causa estragos sobre mi cuerpo (no duermo bien, me alimento inadecuadamente, etc) pero, si yo creo que ellos se encuentran felices y contentos, me sentiré de otra manera. En ninguno de los casos sé si mis seres amados realmente están bien, pero al pensar positivamente me voy a sentir mejor.
Manes nos indica que aquellas cosas que pensamos condicionan nuestra forma de sentir, de modo que aunque no podamos cambiar la realidad la mayoría de las veces, sí podemos cambiar la forma en la que percibimos la realidad. Nuestro cerebro tiene la capacidad natural para esto, por ejemplo, cada vez que evocamos un recuerdo lo reescribimos, lo remodelamos y adaptamos a nuestra conveniencia, de este modo podemos vivir mejor con los recuerdos dramáticos.
La evidencia científica indica que las personas resilientes no solo tienen una mejor salud emocional, además padecen menos depresión, problemas de concentración, trastornos mentales, agresividad y del mismo modo se posterga o reduce el riesgo de enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer.
Pero, mantener sano, ágil y fuerte a nuestro cerebro no depende solamente de nuestras actitudes mentales, sino de la disposición que tengamos a mantener una vida sana en todos los sentidos: no fumar, no abusar del alcohol o de otras sustancias nocivas, mantener nuestro peso con una alimentación correcta, ejercitarnos, estas actividades además de mantener sano nuestro organismo en general, alejan a las enfermedades que afectan al cerebro. Por ejemplo, la actividad física que nos ayuda a mantener nuestro peso y a bajar los niveles de colesterol y triglicéridos, ayuda al crecimiento del hipocampo, presente en ambos hemisferios cerebrales y que se relaciona directamente con la memoria y el aprendizaje.
Otra característica de las personas resilientes es el contacto social: investigaciones a nivel mundial demuestran que las personas que se mantienen aisladas viven 10 años menos que aquellos que mantienen una vida social activa. A nuestro cerebro le gusta la vida social, las reuniones, las charlas con otras personas, las bromas, todo aquello que nos entusiasma, nos da placer y nos apasiona. No abandonar todo aquello que nos hace felices nos ayuda a tener una mejor actitud frente a la vida, y una mejor salud.
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