Tiempo atrás en la historia de la humanidad, la sal era tomada como algo tan valioso que tenía más de un uso en la vida del hombre; desde fungir como pago para ciertos trabajos manuales hasta ser utilizada como un simbolismo de la fertilidad, la sal ha sido altamente valorada en todo el mundo. Hoy en día se utiliza en la gastronomía del mundo entero para resaltar los sabores y dar un mejor gusto a la comida. Sin embargo el abuso de este condimento ha llevado a que se le regule bajo la premisa de que reducir su consumo es casi tan bueno como dejar el tabaco.
Desde retención de líquidos hasta cáncer de estómago son los problemas que podemos experimentar tras la ingesta excesiva de sal; la única piedra comestible por el ser humano. Este condimento que anteriormente se utilizaba para conservar los alimentos durante mucho tiempo, hoy se ha convertido en un “asesino silencioso” que se encuentra presente en el hogar de casi todos los habitantes del mundo. Si bien es cierto que la sal ayuda a resaltar los sabores, también lo es que agregarla a alimentos precocinados es una práctica peligrosa, ya que precisamente por sus propiedades, estos alimentos ya traen una buena cantidad de sal antes de ser desempacados por el usuario.
Tras las alertas por los problemas de salud ocasionados por el abuso de este producto, la Organización Mundial de la Salud, lanzó una recomendación en la que se establece como el consumo máximo de sal en 6 gramos diarios para evitar cualquier riesgo, sin embargo esta cantidad es muy diferente a la que en realidad se maneja, ya que se estima que en general se utilizan entre 10 y 12 gramos.
Según estudios publicados por un diario Inglés, reducir el consumo de sal a 3 gramos diarios, podría reducir de una manera significativa el número anual de enfermedades cardiovasculares, ictus e infartos al miocardio, así, los beneficios de dejar la sal son equiparables con los que la persona detectaría después de abandonar el tabaquismo.
Lograr que las personas reduzcan su consumo diario de sal es una tarea difícil que requiere de mucha atención a las políticas públicas de salud y a la educación para poder combatir el problema de raíz más allá de intentar combatirlo ya que está completamente instaurado en las costumbres alimenticias de toda una población.
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