Recibir el diagnóstico de un cáncer es uno de los temores más arraigados entre los mexicanos al figurar entre las primeras causas de defunción en el país. Sin embargo, aunque la asociación semántica entre cáncer y muerte es prácticamente inmediata, cuando éste se detecta en etapa temprana, una manera razonable de asimilar el diagnóstico es pensar que se recibe el aviso de que el cuerpo requerirá tratamiento y cuidados especiales, y no el de que se está condenado a morir en poco tiempo.

Asimismo, es importante liberarse de la culpa asociada al hecho de no haberse realizado estudios con anterioridad o a no haber dado importancia a las primeras señales de que algo no iba bien.

Una vez identificada la enfermedad, es necesario pensar la recuperación en un sentido integral: sanar el cuerpo, pero también las emociones que se generan durante el proceso. Esta necesidad se vuelve más evidente en el caso de ciertos tipos de cáncer, en los que la cultura de la prevención no está tan consolidada.

Ejemplo de ello es el cáncer de próstata, cuya detección oportuna lucha con varios factores en contra: la desinformación que engendra tabúes, el miedo a que el análisis sea doloroso y el carácter asintomático de la enfermedad en sus primeras etapas.

No es poco común, entonces, que los hombres se percaten de que lo padecen cuando ya existe un cáncer localizado (concentrado en la glándula) o diseminado (expandido hacia otras zonas del cuerpo).

En el primer caso, la solución es recurrir a una operación de próstata, también conocida como prostatectomía radical, que puede llevarse a cabo por medio de cirugía abierta, laparoscópica o con mayor seguridad y mejores resultados, a través del sistema quirúrgico Da Vinci, o robot Da Vinci.

Esta tecnología permite al especialista operar a cuatro metros de distancia utilizando una consola mediante la que observa la próstata y sus áreas circundantes, y dicta instrucciones al brazo robótico. Entre sus ventajas, destacan las de ser una cirugía más precisa y menos invasiva, con menor pérdida de sangre y sin dolor o cicatrices. Vinculado a lo anterior, el periodo de convalecencia es menor al que precisa la intervención por otros métodos y la tasa de complicaciones se reduce significativamente.

En nuestra época, resulta alentador que éste y otros desarrollos apoyen la recuperación física de los pacientes al tiempo en que facilitan el camino para su recuperación emocional acortando los tiempos de tratamiento.

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